CRÓNICAS DE YAUHQUEMEHCAN
Cuentos de espantos, que ya no se cuentan ni espantan
David Chamorro Zarco
Cronista Municipal
Estoy casi seguro de que todas las personas que el día de hoy tienen más de cincuenta años de edad, cuando vivieron su infancia, disfrutaron de largas sesiones de conservación en donde los adultos —los abuelos, los padres, los tíos y los vecinos— rememoraban historias relacionadas con hechos fantásticos, de ultratumba o paranormales, y las y los pequeños les escuchaban sí asustados, pero, sobre todo, extasiados de echar a volar su imaginación con esos relatos.
Estos cuentos, leyendas, narraciones, adivinanzas, acertijos, refranes, proverbios y fábulas, constituyen en sí mismas parte del patrimonio cultural inmaterial de las comunidades. Le pertenecen a todo el mundo, pues no tienen un autor específico, como en el caso de un poema o de una novela, y cumplen, entre otras, la función social de mantener cohesionada culturalmente a la comunidad al fomentar su sentido de la identidad y la pertenencia a un núcleo determinado.
Imaginar un grupo de niños que esperan, junto que los adultos, a que se terminen de cocerse los tamales que lentamente ronronean en el bote colocado sobre el fogón, sobre el fuego generado por los leños secos, y escuchar la secuencia de este tipo de relatos que se sucedían entre todos los participantes, es un recuerdo que seguramente muchas y muchos todavía conservamos muy frescos en nuestra memoria. Llegaba al grado que, habiéndose terminado la actividad o la reunión, muchos niños no querían irse a la cama del miedo que momentáneamente sentían. Desde luego, el objeto de este tipo de narraciones no era el infundir temor entre los pequeños, ni el condicionarlos a que si no se portaban bien se los llevarían las brujas o la llorona. Simplemente es parte de nuestro folclore, de nuestra riqueza cultural, de nuestros valores literarios intrínsecos en la comunidad.
Entre esas charlas tan amenas se conocieron las consabidas historias de las brujas, mujeres capaces de quitarse las piernas, convertirse en grande aves y salir volando como grandes bolas de fuego para pasar saltando de un lado a otro en la copa de los árboles y que eran especialmente famosas y temidas por el terrible comportamiento de acercarse a las casas donde había niños recién nacidos e inducir a los padres a un sueño profundo, para finalmente chupar la sangre de los infantes y dejarlos muertos.
Allí mismo conocimos a la centenaria figura de La Llorona, mujer que, de manera general, habría tenido diversos hijos pero que, aparentemente por quedar prendida de otro amor, los habría ahogado a todos en el río, por lo que Dios se negó a recibirla y desde entonces vaga todas las noches gritando de dolor en memoria de sus pequeños y es fama que atrae a los hombres que, prendidos de inmediato por la belleza de su figura, la siguen hipnotizados hasta que notan que la supuesta mujer no pisa el suelo, sino que va volando, y algunos afirman que al poder verle el rostro, tiene la cara de un caballo; muchos aseguran que el sonido de su llanto o chillido es taladrante y espantoso, y quienes le han presenciado, salen despavoridos, corriendo sin parar hasta meterse en su casa, debajo de la cama.
También en esas tertulias tuvimos conocimiento de la singular figura del nahual, especialmente famoso en el territorio de Tlaxcala, que es una persona que posee la habilidad de que, con ciertos artilugios, invocaciones y oraciones, es capaz de convertirse en algún animal, cuyo fin esencial es robar a los campesinos sus animales de corral o sus cosechas.
Desde luego que en esas reuniones conocimos las múltiples historias que tratan de espíritus de personas que, habiendo muerto, aún no descansaban y andan vagando por el mundo, sea porque hubieran dejado algún pendiente o sea en castigo por los múltiples pecados que habían cometido en vida. Había diversas variantes. De las más conocidas eran los aparecidos que ofrecían riqueza o tesoros a cambio de que la persona viva fuera a media noche al panteón a enterrar unas monedas en una determinada tumba, y luego mandara a decir algunas misas para el eterno descanso del alma del muerto que compartía el tesoro. Otra muy famosa en la versión de que hay personas que afirmaban que el muerto se les subía, sobre todo en las noches y que sentían el cuerpo pesado y les era especialmente difícil poder respirar. Había muchos otros que juraban que en determinadas partes de su casa o de algún otro sitio, veían con claridad la silueta o la figura completa de personas que, sin poder hablarles, les hacían señales para poder comunicarse.
Había otras historias, mucho más subidas de tono, como las que hablaban de personas que, habiendo hecho pacto con el maligno, recibían en vida todos los placeres del mundo, como la riqueza, el placer y el poder, pero que una vez que llegaba el momento de su muerte, se presentaba el mismo señor de los avernos a reclamar su alma en pago por los beneficios recibidos.
Recuerdo una que nos contaba una tía en relación con una mujer que era muy rica y tenía mucho alimento. A su casa llegaban los pobres a tocar la puerta en demanda de una caridad, de un poco de alimento, pero ella, llena de soberbia, ordenaba a los sirvientes que tiraran todo lo sobrante por las alcantarillas, para así no compartir sus alimentos con nadie. Cuando murió, Dios le ordenó que volviera a bajar a la tierra y que hasta que recogiera toda la comida que había desperdiciado en su vida, no tendría su perdón. Naturalmente, eso nunca sucedería, por lo que la pobre alma de la mujer vaga destapando las alcantarillas para procurar rescatar los alimentos en su vida no supo compartir.
Una versión muy popular de los aparecidos era la del Charro Negro, un hombre alto y corpulento, vestido de gala, con el traje y el sombrero lleno de adornos de oro y de plata, y esta figura muchas veces estaba relacionada con la creencia de que en el lugar en donde aparecía, había enterrado dinero u otros objetos de valor.
Había otros relatos de menor intensidad, pero que buscaban dejar una moraleja, como aquel que afirmaba que, en un matrimonio muy pobre, los hijos habían muerto por una enfermedad y que, llegadas las fiestas de los Fieles Difuntos, la mujer quiso poner, aunque fuera humilde, un altar en honor a las ánimas que en ese día asistirían el mundo. El esposo se negaba a creer en ello y no le dio ni una moneda a su esposa para tal fin y, enojado, tomó su hacha y se dirigió al bosque a cortar leña. Quiso la suerte que el cortar un árbol, el tronco le cayera encima, dejándolo inmovilizado. Cuando llegó la noche, miró con toda claridad como frente a sus ojos desfilaban las pequeñas almas de sus hijos llevando alegres unas cuantas tortillas y unos cajetes servidos con frijoles, avanzando alumbrados apenas con una raja de ocote, que fue lo único que la humilde mujer pudo ofrecer.
En fin, este tipo de relatos, cuentos y leyendas y muchos otros fueron durante generaciones la riqueza oral que se transmitió de los bisabuelos a los abuelos, a los padres, a los hijos y a los nietos. No se les debe tener por imaginerías sin sentido o carentes de propósito, pues, como ya he dicho, forman parte de nuestro patrimonio cultural inmaterial. Es muy difícil establecer leyendas o relatos que hayan sido originados específicamente en alguna comunidad o municipio, pues a lo largo de los siglos y de los decenios, fueron mezclándose y complementándose con relatos de otras regiones.
A no ser por los actuales abuelos, los niños de hoy difícilmente tendrán acceso a este tipo de narraciones, pues la generación que el día de hoy corresponde a los adultos que son padres, influenciados primordialmente por las tecnologías y embestidos por nuestro vertiginoso tren de vida, difícilmente se sientan a compartir este tipo de historias que, como ya también se ha dicho, no tienen el objeto de hacer ver a los niños como tontos o ingenuos y mucho menos fomentar en ellos el temor o el miedo.
Muchas historias, narraciones, anécdotas y vivencias están en serio peligro de desaparecer, pues la historia oral se ha encontrado con el gran obstáculo de la indiferencia y la apatía que le ponen enfrente las redes sociales y en general los medios de comunicación modernos. Es urgente que en todas las familias se hagan esfuerzos para no perder esta tradición y esta riqueza que es patrimonio de todas y de todos.
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