Crónicas de Yauhquemehcan
Curiosa conspiración contra españoles en Yauhquemehcan
8 de Abril del 2025
David Chamorro Zarco
Cronista Municipal.
De todos es sabido que, durante la última parte de la guerra por la independencia de México, se vivió un fenómeno curioso de focalización de la lucha, a través de la guerra de guerrillas que extendió exageradamente el conflicto, pues como dice con gran belleza el poeta Juan de Dios Peza, fueron once años de sangrienta guerra. Al final, Don Agustín de Iturbide tuvo la iniciativa de generar las condiciones necesarias para alcanzar un acuerdo de paz con los insurgentes, teniendo como cabeza visible a Don Vicente Guerrero. Se efectuó el acuerdo, teniendo en el fondo de nuestra mente el mítico Abrazo de Acatempan, y eso sí, la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México el 27 de septiembre de 1821, dando paso a que en lo que restaba de esa década se procurara asentar las bases para el desarrollo de la nueva nación libre, soberana a independiente.
Empero, como también sabe la mayoría, lo vivido en esos años no fue exactamente miel sobre hojuelas. Hubo, en efecto, un clima de algarabía por el triunfo alcanzado, especialmente de parte de la casta criolla que había sido la impulsora y la más beneficiada con el rompimiento del yugo de la corona española. Sin embargo, los españoles ibéricos seguían teniendo importantes posiciones al interior del alto clero católico, del mismo ejército, en diversos cargos públicos y desde luego eran dueños de importantes capitales tanto en el comercio como en la agricultura.
Por otra parte, la corona española se negó de inmediato a reconocimiento de los Tratados de Córdoba que otorgaban la independencia a México. De hecho, una gran partida de soldados ibéricos se pertrechó en la fortaleza de San Juan de Ulúa y desde allí resistieron todavía cuatro años, hasta que en noviembre de 1825 fueron obligados a rendirse y a capitular.
Lamentablemente los primeros pasos que dio México no fueron exactamente de unidad y de entendimiento. La polarización de algunos sectores sociales, especialmente vinculados al ejercicio directo del poder, hicieron que la nación diera tumbos hacia un lado y hacia el otro, sin haber tenido la oportunidad de asentar bases bien firmes y plenamente reconocidas y respetadas para la rápida marcha del nuevo país. Fueron casi cincuenta años en los que México vio cambiar bandos en el gobierno como quien nuda de camisa y esto, por supuesto, retrasó mucho el acuerdo fundamental y la marcha hacia el desarrollo, hasta que, a quererlo o no, con el gobierno de Don Porfirio Díaz Mori, se dieron condiciones para alcanzar cierta paz que, aunque muy criticada por algunos, a fin de cuentas, fue la paz.
Cabe el comentario de que ciertas personas albergaban el pensamiento anti español que básicamente había sido sembrado por la facción llamada liberal, ligada a la logia Yorkina de la masonería, de manera que no faltaban los que veían en los gachupines la causa de todas las desgracias nacionales y deseaban que, ante la falta de efectividad del gobierno en turno, debía organizarse una partida para aniquilarlos.
En el Archivo Histórico Municipal de Yauhquemehcan existen algunos documentos que tocan curiosamente este tema. Digo curioso, porque en Tlaxcala no existían núcleos poblacionales de españoles, como era el caso de la Ciudad de Puebla. Todo comenzó por una denuncia que levantó ante el juzgado municipal de San Dionisio Yauhquemehcan un hombre llamado Lorenzo Martínez, avecindado en la comunidad de Santa Úrsula Zimatepec. Dijo haber acudido a la tienda que es propiedad de Don Ignacio Ruiz, y que en ese establecimiento entraron el día 2 de noviembre de 1827 Antonio Herrera, Rafael Herrera, Pablo Domínguez, así como otro caballero al cual llamaban Arroyo, y que claramente los oyó exponer planes para conspirar contra nación mexicana, persiguiendo y matando españoles, para lo cual requerían la reunión de una partida de al menos veinte hombres y armas suficientes y que se reunirían todos en el pueblo de Cuamatzingo. El declarante dijo que, a él, el tal señor Arroyo le obligó a que participara en la conspiración y que le obligaron a sacar de su casa su escopeta y un machete. Se marcharon los hombres y Lorenzo Martínez, dijo que se reuniría con ellos en Cuamatzingo con las armas, pero en lugar de ello, se dirigió a la casa del Alcalde Mayor de San Dionisio Yauhquemehcan, entregándolas y siendo puesto en calidad de reo.
En su oportunidad el propio Alcalde expone en su declaración que llegó hasta su casa un hombre llevando en las manos una carabina. Él creyó que lo hacía con actitud amenazante y sacó el par de pistolas que poseía para su defensa, preguntando al recién llegado si tenía permiso para la portación de la carabina, a lo que el otro nada respondió y sólo se limitó a entregar el arma de fuego y el machete, por lo que el Alcalde hizo que lo tomaran preso hasta esclarecer debidamente el asunto.
A continuación, hizo su declaración Don Ignacio Ruiz, el dueño de la tienda en Santa Úrsula Zimatepec, quien confirmó el nombre de los asistentes a la reunión, diciendo que, en efecto, en la conversación, el hombre al que llamaban Arroyo, había dicho que debían acabar con los españoles y que, si a Montes de Oca no lo habían fusilado, tampoco a él lo ajusticiarían. [Se sobreentiende que Montes de Oca también había agredido a los españoles] El tendero confirmó que Lorenzo Martínez fue obligado a involucrarse con los conspiradores, quienes le pidieron que además aportara su carabina y su machete. Es curioso ver, por último, que el comerciante habla de que todo esto se dio en torno de una botella de aguardiente, al termino de la cual, todos se dispersaron.
No se vuelve a hablar más del caso. Seguramente se trató de una broma pesada o de algo que se le ocurrió al calor de los tragos de aguardiente, pero el hecho no deja de llamar la atención, pues hace alusión a un pensamiento que privaba en la época. No hay que olvidar que aún a mediados de 1829, España hizo un último intento por recuperar su dominio sobre México, enviando una expedición naval que desembarcó en Tampico, Tamaulipas, pero que no fructificó por diversas causas. Finalmente, España reconoció hasta el año de 1836 la plena independencia de nuestro país, en el un documento que se conoce como El Tratado Santa María – Calatrava. Tampoco hay que dejar de lado el curioso y trágico caso de un monje llamado Joaquín Arenas quien esbozó una conspiración para que el Rey Fernando VII de España viniera a ejercer su mandato a México, pero fue denunciado, juzgado y fusilado en los primeros días de junio de 1827, del que tenemos memoria a través de lo quizá fue la última obra del insigne escritor José Joaquín Fernández de Lizardi.
Recuerdo el refrán popular que reza El muchacho y el borracho, siempre dicen la verdad. Quizá este acontecimiento no pase de ser una mera anécdota, pero habla acerca de lo que la gente común tenía en la mente hace casi doscientos años, y acaso nos lleve a reflexionar que desde esas épocas hemos sido muy dados a la simplificación excesiva de nuestros problemas, siempre creyendo que otros son los responsables cuando las cosas no nos salen bien.
¡Caminemos Juntos!